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sábado, 13 de noviembre de 2010

FINTREPAL CREÓ LAS ESTRELLAS

(II)
Bien sabemos que los duendes tienen apego a la tierra y en la misma son los reyes deshaciendo o rehaciendo enmiendas.

El duende Fintrepal soñaba con la luz de la luna, su luz azul le dormía y le acercaba a un lucero. Realizó mil proezas que nunca hubo hecho, entre ellas una vez sembró flores en la luna, en todas sus inmediaciones, incluso en su cara oculta. Él lo hizo por amor sin esperar recogerlas, le gustaba verlas crecer y que lo pudiera lograr era su mejor primavera.

Había algo en ello que le apenaba bastante, no le hacía llorar pero no era el mismo de antes. Lo que tanto le afligía era que casi todas las flores salían en blanco y negro, sin aroma, sin apegos y sin el más ligero roce de una hoja compañera.

Dentro de su quebranto siempre tenía una caricia para la flor que le daba su tristeza o compañía. Este duende les absorbía todos sus pesares y en apenas dos semanas las flores retornaban a los más bellos colores, crecían más hermosas y reencontraban su fragancía que a todos regalaban. El pobre Fintrepal con ello era feliz pero su corazón se arrugaba y su carita era gris, ninguna flor le agradecía que las hubiera cuidado aunque quizá no le importara porque era un duende muy raro, le bastaba del aroma conseguido en cada flor sabiendo que ahora era hermosa entre la luna y el sol.

Se cuenta que la luna poco a poco va creciendo y aunque se dice que es la luz del sol son las flores que amanecen, las que el duende da color para formar las estrellas que resplandecen de aromas y del color que han robado a un duende, que cada día es más gris.
Cuando todas las flores han llenado el cielo de estrellas la luna se queda limpia y otra vez hay luna nueva, para que nazcan nuevas flores que regalaran al duende su tristeza.

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