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sábado, 13 de noviembre de 2010

LA INSÍPIDA SOBRIEDAD DE FINTREPAL

(I)
En el corazón de un bosque innombrable habitaban los seres más inhóspitos jamás conocidos. No pronunciaban palabra alguna y ni siquiera intercambiaban sus miradas. Eran sus casas de una oscuridad tan profunda que repelían a la propia luz del sol. Algunos habían mermado tanto sus cinco sentidos que alguno de ellos había pasado a ser ausente.

Siempre se ha dicho que hay excepciones y en este caso también podemos contar con ello, como ocurrió con Fintrepal, un personaje bastante singular que a diferencia de sus semejantes vivía en unas pequeñas rocas donde se podían ver los grises colores del liquen que cubría su casa, así como el vivo y refrescante color verde de la hierba.

Un día, nada diferente de cualquier otro, intentó cambiar su mundo pero cuando lograba encontrar a quien reformar de su situación, todo se volvía contra él.

Intentó hablar con quien había perdido el oído. Intentó saludar a quien no podía verle. Intentó escuchar a quienes nunca pronunciaban palabras e intentó acariciar las sombras de todos ellos, lo único que podía percibir instantáneamente.

Fintrepal estuvo a punto de ser igual a todos a quienes había intentado redimir sólo por la indiferencia que le otorgaban, pero tuvo la gran fortuna de que en un momento de su lánguido estado algo pobló sus cinco sentidos. Él tenía los ojos cerrados y veía, no movía su cuerpo y apreciaba el tacto, sin abrir la boca saboreaba algo agridulce que también llegaba a su olfato. Quiso analizar delicadamente esa situación y cada vez quedaba envuelto en las más variopintas sensaciones que canalizaban sus sentidos hacia la razón de seguir subsistiendo. Todo ello le hizo pensar que el mundo no era del color que lo conocía, sabía que algún día podría verse caminando sobre un rayito de sol que en sus pies fuera postrado y también sabía que debía seguir soñando.

Esa noche al abrir sus ojos entre la inmensa maraña de vegetación que apenas dejaba pasar luz a su hogar, lo primero que pudo contemplar fue una estrella fugaz que dejó una estela donde se podría escribir un verso si en su corazón no existieran tantas palabras borradas y reescritas en sus tristes recorridos de lo incierto que día a día le otorgaba su triste caminar.

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